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Formación ciudadana desde el sujeto: enseñar a creer para aprender a participar




taller de ciudadanía

Diseñar planes de formación ciudadana no puede limitarse a incorporar contenidos cívicos en una malla curricular. Para que esta formación sea realmente transformadora, es necesario vincularla con una planificación pedagógica integral, que reconozca al estudiante como un sujeto real, con historia, emociones, vínculos comunitarios y una identidad en construcción.

Uno de los desafíos centrales es fortalecer lo que la literatura define como eficacia política interna, entendida como la confianza de los individuos en su capacidad para comprender y actuar en el ámbito político (Campbell, Gurin & Miller, 1954). Esta se distingue de la autoeficacia ciudadana en que no se enfoca solo en tareas concretas, sino en la percepción general del estudiante sobre su poder de influencia en la vida pública. Trabajar esta dimensión implica, necesariamente, abordar el autoconcepto político del alumnado: es decir, cómo se ven a sí mismos en su rol ciudadano.

Este autoconcepto está profundamente ligado a la dimensión socioemocional. Sentirse capaz de participar, de opinar, de incidir, no es solo una cuestión de conocimiento, sino de identidad y validación. En contextos de mayor vulnerabilidad, donde muchas veces los estudiantes han sido excluidos o invisibilizados socialmente, construir esa confianza en sí mismos es un paso esencial para cualquier proceso de formación ciudadana con sentido.

Por eso, al diseñar planes de formación ciudadana, debemos preguntarnos no solo qué enseñar, sino también cómo los estudiantes se reconocen y se sienten al ejercer su derecho a participar. Integrar el desarrollo socioemocional al proceso formativo no es un lujo pedagógico: es una condición de justicia educativa. La ciudadanía no se aprende repitiendo instituciones, sino experimentando que uno puede ser parte del cambio. Y para eso, primero hay que sentirse capaz.



formación ciudadana

Enseñar ciudadanía, entonces, no es solo enseñar a votar, debatir o conocer las leyes. Es enseñar a creer en uno mismo como sujeto político. Y en ese acto, abrir la puerta a comunidades más participativas, democráticas y humanas.

 
 
 

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